miércoles, 21 de diciembre de 2011

Dejar de fumar es posible

Dejar de fumar en cualquier momento mejora la salud y aumenta la esperanza de vida y su calidad. Si fumar ya le ha causado algún problema, seguir haciéndolo solo lo aumentará, así que nunca es tarde para dejarlo. Para algunas personas puede ser difícil dejar el tabaco, pero para otras es más fácil de lo que se cree, seguro que ya ha hecho algún otro cambio relacionado con su salud y que también pensaba podía resultarle difícil: ponerse a dieta, bajar los niveles de colesterol,... y muchas veces lo conseguimos sin grandes esfuerzos, lo importante es tener claro que se quiere conseguir el cambio y ponerse con ello.

En el caso de dejar de fumar, existen programas de ayuda y tratamientos que le pueden ayudar, disminuyendo los efectos que se producen al abandonar el tabaco. Es cierto que no hay métodos infalibles y no debemos dejarnos engañar, siempre es necesario el empeño, disposición y determinación de uno mismo para lograr ese cambio por mucho apoyo de cualquier tratamiento que se esté siguiendo. La mayoría de las personas que han dejado de fumar con éxito han hecho al menos un intento infructuoso en el pasado. Cada intento no es un fracaso, sino una experiencia de aprendizaje, lo importante es perseverar y volver a intentarlo otra vez.

Consecuencias positivas

Muchos son los beneficios que encontramos al dejar de fumar tanto a corto como a medio y largo plazo. Desde que a los pocos minutos de dejar de fumar la tensión y el ritmo cardiaco bajan a la normalidad; a las horas los niveles de monóxido de carbono en sangre bajan y el nivel de oxígeno en la sangre se incrementa. A los pocos días el riesgo de un ataque cardíaco súbito disminuye y los sentidos del olfato y el gusto comienzan a normalizarse, mejora la circulación, se hace más fácil caminar e incluso la función pulmonar aumenta hasta en un 30%. A los meses la vitalidad se incrementa y síntomas como la tos, congestión nasal y dificultad respiratoria disminuyen y se reducen también las infecciones. Al año el riesgo de enfermedad coronaria es la mitad del de un fumador. A los cinco años la probabilidad de fallecer por cáncer de pulmón disminuye casi en un 50% y el riesgo de cáncer de boca es la mitad que el de un fumador. Para quienes ya presentan cáncer, dejar de fumar reduce el riesgo de la formación de un segundo cáncer.

Estas cifras son estimaciones, no hay que olvidar que estos y otros riesgos dependen de muchos factores que no nos permiten generalizar estas mejorías: número de años que fuma la persona, número de cigarrillos que fuma al día, edad en la que comenzó a fumar y si la persona ya estaba enferma o no cuando dejó el tabaco. Si bien es cierto que desde el primer momento aumenta la expectativa de vida y la probabilidad de vivir sin incapacidad. También mejora el bienestar físico y el rendimiento a la hora de hacer ejercicio, el estado de la piel y desaparecen las manchas en los dientes y en los dedos. Desaparece también el olor a humo de la ropa, de la casa y el mal aliento. Y no olvidemos que desde el primer día se ahorra dinero y no hay que preocuparse de buscar dónde comprar tabaco o mecheros y dónde se puede o no fumar. En definitiva, se es más libre y uno se siente mejor consigo mismo al superar la dependencia al tabaco, ese reto permanente de todo fumador. Además favorecemos el ejemplo positivo en otras personas, sobre todo los más jóvenes.

Si bien una preocupación muy habitual entre aquellos que quieren dejar de fumar es si al hacerlo engordarán o no, hay que decir que algunas personas suelen engordar entre tres o cuatro kilos cuando dejan de fumar. Para evitarlo no es recomendable hacer dieta a la vez, pero sí tener cuidado y no sustituir cigarrillos por comida y hacer alguna actividad física que nos guste; con ello mejorará el estado de ánimo y evitará engordar. De todas formas, esos posibles kilos de más serán transitorios y difícilmente causen tantos perjuicios a nuestra salud como seguir fumando.

Síndrome de abstinencia, ¿qué es y hasta cuándo?

Al dejar de fumar pueden aparecer una serie de síntomas que llamamos síndrome de abstinencia: intenso deseo de fumar, ansiedad, tensión o irritabilidad, dificultad para concentrarse, somnolencia y problemas para dormir, dolores de cabeza e incremento del apetito... Su intensidad y duración dependen de los años que se ha estado fumando y de la cantidad de cigarrillos diarios, empiezan a disminuir desde las primeras semanas y terminan por desaparecer con el tiempo.

La percepción de estos síntomas es una experiencia muy personal, por lo que no hay que dejarse influir por malas experiencias que otras personas le hayan podido contar. Habitualmente los primeros días se tienen crisis con muchas ganas de fumar, es importante saber que pasan en pocos minutos y que con el tiempo serán cada vez menos intensas y frecuentes. Pensar en otra cosa, recordar por qué queremos dejar de fumar, respirar profundamente, intentar otras técnicas de relajación y si se puede, alejarse de la situación que está provocando la necesidad de fumar suelen ayudar a superar esos momentos de "crisis".

A partir del primer mes la obsesión va disminuyendo y llega a desaparecer. De todas formas, el que un exfumador recuerde o piense de vez en cuando en fumar es habitual. También lo es soñar con que se fuma, sobre todo al principio. No hay que preocuparse, de lo que se trata es de no volver a fumar. Y no olvidar que no se puede volver a fumar ningún cigarrillo, ninguna calada. Eso hay que tenerlo claro desde el principio. Es la idea central para el tratamiento de cualquier adicción. Hay que decir no desde el principio y siempre. Un solo cigarrillo, es más, una calada dispara de nuevo todo el mecanismo de la adicción. Pero también es importante no obsesionarse, pensar que se deja de fumar solo por hoy y no pensar en el futuro.